Antoni Gaudí
Palacio Episcopal de Astorga.
El
antiguo palacio de los obispos asturicenses amanecía en llamas un 23 de
diciembre de 1886. El fuego lo consumió todo, nada se pudo salvar de aquella
pira.
Astorga
contaba en aquel momento con un obispo nuevo; sólo dos meses hacia que había
tomado posesión de la sede Don Juan Bautista Grau i Vallespinós, que procedía,
igual que el artista, de Reus; antes de su nombramiento como obispo había sido
vicario general en el arzobispado de Tarragona. Gaudí aceptaría el encargo, si bien no era éste el
momento más apropiado para él; se
encontraba ocupado de lleno con los proyectos de la Sagrada Familia y el
Palacio Güel todavía estaba en obras. Pidió planos concretos del lugar, así
como fotografías de los alrededores,
sobre todo estos últimos habrían de guiar la concepción externa del edificio.
El
obispo Grau recibe unos primeros planos y se apresura a felicitar al
arquitecto, enviándole el siguiente telegrama “Recibidos planos magníficos. Gustan muchísimo. Enhorabuena. Espero
carta”.
El gusto del prelado no
fue compartido por la Academia de San Fernando en Madrid, quien no aceptó el
proyecto en su totalidad. Mientras estas dilaciones se producen, Antoni Gaudí decide trasladarse a estas tierras maragatas. El genial artista
comprende que la realidad era muy
diferente de lo que él imaginaba. Sí que había una Astorga cargada de larga y
dilatada historia.
Gaudí opta por una permanencia reposada y recorre la
ciudad y parte de la diócesis. Fruto de este estudio será el nuevo concepto del palacio, y así en la
festividad de San Juan Bautista, fiesta del santo del obispo. En 1889 el genial
arquitecto inicia las obras, todo ese verano se trabajó duramente en el
semisótano, y un año después se
realizaba el piso bajo y pórtico de acceso. Meses más tarde el piso principal y
la planta noble estaban ya prácticamente concluidos. Tanta rapidez se vio
interrumpida con la muerte del obispo propulsor. Nunca una muerta ha podido ser
tan sentida por el arte. El cabildo catedralicio no comprendía que se pudiera gastar tanto dinero para
semejante obra, y máximo teniendo presente que la diócesis asturicense era
pobre. Las discusiones surgen y Gaudí abandonará en 1893 la obra,
cuando aún faltaba el segundo piso y el ático.
Hasta
la venida del obispo Julián de Diego y Alcolea, varios arquitectos
intervinieron en la obra, así Francisco Blanch y Pons y Manuel Álvarez Reyero. La obra quedara en
total abandono, pues poco se preocuparon de ella.
En
1905 es nombrado obispo Julián de Diego y Alcolea, y obviando las opiniones del
cabildo decide ponerse en contacto con Gaudí. No bastaba sólo con la
correspondencia, y por ello se traslado a Barcelona para intentar persuadir al
arquitecto para que continuara con la obra. Tanto esfuerzo fue vano; Gaudí
estaba dedicado por completo al templo de la Sagrada Familia. El Palacio de Astorga
ya quedaba lejos en su trayectoria artística.
Ante
esta negativa se decide rematar el palacio como sea. El segundo piso y ático
que proyectara Gaudí se suprime, y el arquitecto Ricardo Guereta, persona a
quien se le encomendó la finalización,
cobra el último recibo como finiquito a últimos del año 1913. En este mismo año
el obispo Alcolea consagra la capilla.
De acuerdo con la
función y el carácter de la obra de Gaudí, se orientó según el neogótico
propagado especialmente por Viollet-le-Duc.
Este teórico había recomendado como requisito imprescindible el estudio
intensivo de los antiguos edificios góticos, pero evitando siempre la copia
directa de los mismos.
Viollet-le-Duc
Este
edificio es un excelente monumento neogótico; de él se ha dicho que el
arquitecto lo concibió jugando con tres ideas, como castillo, como templo y
como mansión señorial. Los materiales utilizados en la construcción –granito,
pizarra y cerámica, todos ellos autóctonos de la diócesis- y una personalísima
visión de Gaudí del estilo neogótico, proveniente de la arquitectura
historicista, dan como resultado un singular y bello edificio de cuento de
hadas.
En
su exterior un gran foso lo circunda. Construido con piedra de granítica de
Monte Arenas consta de cuatro fachadas y tres pisos. Ábside, torreones,
balaustradas, cresterías hacen que este conjunto se inigualable. Su entrada se
hace por la fachada principal. Sobre una gradería surge la original portada con
tres arcadas de dovelas, formando abanico y cubriéndose en su interior con
cúpula. Si hermoso es el exterior, aún sube su mérito en el interior. Aquí todo
está estudiado conforme a su función; así en sus sótanos columnas y pilares
sostienen sencillas bóvedas góticas, todo ello como esbozado crea un ámbito
sombrío, de misterio de castillo medieval.
El
vestíbulo se cubre con elementales nervaduras de cerámica vidriada que,
arrancando del granito de las ménsulas, se distribuyen en la bóveda y confluyen
en la también granítica clave.
Traspasado
el vestíbulo se nos abre a nuestra vista un enorme salón, a modo de hall. El
granito de sus seis monolíticas columnas sostiene el espacio. Se nos antoja en
este recinto una clara inspiración árabe, traída en sus capiteles de hojas
estilizadas con recuerdos de inscripciones cúficas. A este gran salón confluyen las dependencias de secretaría,
oficinas y provisorato; particular interés reviste esta última por la
conjunción de columnas, bóvedas
nervadas, absidiolos y vidrieras.
Quizás lo más granado de
todo el palacio sea su segundo piso, o planta noble; a ella se asciende por una
granítica escalera de caracol. Estamos
en lo que tendría que ser la morada episcopal. El centro, formado por un gran
vestíbulo, tiene planta cuadrada, de la que surgen cuatro columnas de granito
con capiteles de puntas aguzadas que soportan la crucería de la alta bóveda.
Una
portada triple sirve de acceso al salón del trono. Aquí la luz discreta se tamizada penetra por
estrechos vitrales cuajados de flora heráldica episcopal. Al fondo el trono
pétreo del obispo, obra de Marín y coronándolo el baldaquino, singularísima
obra de Gaudí.
Si
la penumbra domina en el salón del
trono, a raudales pasa por los dos otros grandes recintos, dedicados a comedor
y despacho oficial. Los motivos de frutas y flores y la consabida fórmula de la
bendición de la mesa alegran las
vidrieras del comedor, mientras vivísimos colores heráldicos ambientan el
espacio del despacho oficial, sostenido por dos columnas.
El
colorismo más brillante hace su aparición en la capilla episcopal al traspasar
el gran pilar que deja vano doble. Es un perfectísimo templo gótico en
miniatura, con su gran ábside y absidiolos. Su finísima arquitectura convive
armónicamente con la vidriería de Maumejan, los azulejos de Zuloaga, los
tapices-frescos de Villodas, la cerámica
vidriada de Jiménez y el delicadísimo retablillo con imagen de la Virgen
y altar, todo de mármol blanco de Enrique Marín. Toda esta gran planta de
maravillas queda rematada por un último piso, terminado con rapidez por el arquitecto Guereta.
Nunca llegó a ser utilizado como residencia episcopal,
abriéndose al público en 1964 como Museo
de los Caminos.
Mosaico Romano. S. IV d. C.
El
edificio está integrado en la Ruta Europea del Modernismo, por ser considerado
una obra maestra en la organización del espacio y tratamiento de la luz.
Muy recomendable una escapada a Astorga
(León) visitar a Gaudí su contenido el
Museo de los Caminos, catedral y su museo, muralla romana, Museo Modernista,
Excavaciones romanas, etc. Espléndido
pueblo.
© Mariví Otero 2016
Asistente:
Manuel Otero Rodríguez
Fuente:
Llamazares, Fernando. Astorga y Maragateria. Ediciones Lancia, S.A, León.
España. 1992.
Zerbst,
Rainer. Antonio Gaudí. 1989 Benedikt Taschen. Alemania.
Fotos: Mariví Otero
¡Muchas gracias! Muy interesante. Espero poder visitarlo.
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