viernes, 8 de enero de 2016

INGRES, todos han tomado de él: puristas y surrealistas.

Nuestra cita con Ingres en el Museo Nacional del Prado, digo bien, nuestra, me acompañan mis sobrinos el pequeño Mauro y el joven Manuel mi asistente en este blog. Mauro con su audioguía, que nos acerca cuando tiene dudas, la obra seleccionada por los dos es El sueño de Ossian (1813).

El sueño de Ossian (1813) óleo sobre tela 3,48 x 2,75 m. Montauban, Museo Ingres.

Es la primera muestra monográfica en España de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867). El  Prado ha conseguido reunir para la ocasión un conjunto excepcional de 70 obras, 42 pinturas y 28 dibujos, todas ellas de gran calidad. Las colecciones del Museo del Louvre proporcionan la base de la propuesta, pero la exposición se completa con préstamos, también de gran importancia, de otros museos e instituciones, Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra y Estados Unidos.

Ingres fue discípulo de David. Vivió mucho tiempo en Roma, primero como pensionado (1806-1820) y después como director (1835-1841) de la Academia Francesa en Villa Medici y en Florencia 1820-1824. Fue el último de los “italianizantes”, pero, más que a los antiguos, estudiaba a Rafael, a Bronziano y a Poussin. No fue neoclásico, pues el Neoclasicismo no aceptaba ni la tendencia revolucionaria, daviniana, ni la conservadora, canoviana. Entre su ideal y el ideal romántico de Delacroix había un contraste que se convirtió en obstinada y firme polémica. No tenía intereses ideológicos ni políticos. De joven  rindió homenaje al “genio de la historia” con algunos estupendos pero enigmáticos retratos de Napoleón, que se pueden ver en esta exposición: Napoleón I en el trono imperial 1806, óleo sobre lienzo, 259 x 162 cm. Musée del Louvre. Napoleon Bonaparte Primer Cónsul, Musée des Beaux-Arts, Lieja. Ya anciano se inclino ante el “genio del cristianismo” con varias pinturas religiosas de calculada frialdad, el tema fuera clásico o romántico no le interesaba concebía el arte como pura forma. Lo que entendía  por forma se ve en los retratos, su “genero” predilecto. No intentaba  interpretar los sentimientos, la psicología  o el drama del personaje de quién tan sólo pretendía definir y establecer lucidamente la forma.

La forma no era, pues, una idea transcendental e inmutable sino un valor inmanente que el artista descubría en las relaciones entre las cosas, más aun que la cosa en sí misma. El medio del que servía en su búsqueda era el dibujo: muchos retratos solo dibujos al trazo, con lápiz duro, y sin embargo, el signo define a la vez la figura y el espacio en que se encuentra. “El dibujo”, repetía, “es la probidad del arte”; no es idealización genial, o proyecto de la obra, sino la obra en su integridad, es decir, línea, claroscuro, luz, color. Al ser algo acabado y plenamente significativo, la obra de arte no tiene funciones cognoscitivas o morales, no sirve al Estado ni a la Iglesia, ni a la revolución ni a la reacción. Tiene en si su propia razón intelectual y su propia moral.

óleo sobre lienzo, París 1806  Museé du Louvre, en depósito en el Museé de l'Arnmée, París. 

La Baigneuse de Valpinçon fue pintada en Roma 1808, cuando triunfaba la poética canoviana de la belleza ideal a la que Ingres no era en absoluto insensible. Para Canova la belleza ideal estaba en la figura o, más exactamente, en la sublimación de la figura hasta su identificación con la idea trascendental de lo bello. Para evitar la sugerencia emotiva o sensual, Ingres presenta a la bañista de espaldas, sin el mini atisbo de movimiento, pero sin ostentar una inmovilidad de estatua. La gran figura esta como suspendida en el limitado espacio lleno de luz fría, reflejada diluida no tiene rostro; lo poco que se ve de él esta velado por la sobra; pero precisamente ahí junto a la nota más obscura del cuadro, estalla la nota luminosamente más alta, la tela que envuelve la cabeza, de un blanco que se nota cálido al contacto con los rojos del bordado.

La baigneuse del Valpinçon (1808) óleo sobre lienzo, 146 x 97,5 cm París, Museo del Louvre.

En otros términos, Ingres es el primero en comprender que la forma no es más que el producto de la manera de ver o experimentar la realidad propia del artista; es decir, el primero que reduce el problema del arte al problema de la visión. Y este hecho explica por qué, a pesar del clasicismo de los temas su pintura ha sido objeto de enorme interés por parte de algunos grandes impresionistas como Manet, Degas, Renoir y el propio Cézanne; más tarde de los neo-impresionistas, especialmente de Seurat, Henrry Matisse y finalmente Picasso y Man Ray, y algunos más.

La exposición se presenta con un itinerario cronológico, organizado en once salas en las que se entrelazan dibujos y pinturas. Resultando un recorrido fácil  y bien documentado.

Hoy, antes de escribir esta entrada he vuelto a verla, es una exposición de esas para no perdérsela

Bibliografía: Ingres, Museo Nacional del Prado. Del 24 de Noviembre 2015 / 27 Marzo 2915. Documentación del Museo Nacional del Prado.

© Mariví Otero 2016
Asistente: Manuel Otero Rodríguez.

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